Un bar paradisiaco

No soy de bares, aunque hubo un tiempo en que fui un adicto al chiquiteo y el copeo. Ocasionalmente me veo en la necesidad de visitar alguno. Esta misma mañana, por ejemplo. Ha sido en un polígono industrial. Disponía de 45 minutos de libertad mientras me hacían una limpieza interior y exterior de la furgoneta (unas chicas muy eficientes, por cierto) Total, he caminado unos diez minutos, hasta un bar algo alejado, a fin de que no me resultase muy aburrida la espera. Pido un pincho de tortilla y una cocacola ligth y echo un vistazo al periódico.

¡Oh, qué gozada más grande!, jamás me había sentido tan gusto dentro de un bar en los últimos tiempos, ¡se podía respirar!, ¡increible pero cierto!... No me llegaba el humo de fumadores próximos o lejanos. No olía a humo rancio en el váter. ¡Por fin un bar para todos!
Me ha parecido que el pincho de tortilla era el más delicioso que he comido en mi vida, y la cocacola light la más sabrosa y refrescante.

Deshaciendo el camino, en busca de la furgoneta, he visto a muchos empleados de las fábricas fumando en la calle. Me ha dado la impresión de que eran zombis aterradores entregados a un ritual satánico: llenarse los pulmones de todas las porquerías que ponen en los cigarrillos los malvados magnates de las tabacaleras.

Pienso que si existe el Paraíso debe ser un lugar en donde no se fuma. Por eso en las iglesias está prohibido fumar, es para que nos vayamos mentalizando. A lo mejor me hago religioso.