Nuestros viejos y sus achaques


Karen Cancinos

Los ancianos deben ser un tesoro familiar, no botín de políticos ni tema de periodistas deficientes.

El martes 15, acepté un periódico regalado en la esquina. Con la pose farisaica de quienes se sienten superiores moralmente, en su portada los editores hacían aparecer como escándalo un hecho. ¿Cuál hecho? ¿Otro asesinato acaso, o un relato de corruptela? No. El escándalo consistía en el dato de que de cada 10 personas que cuidan un anciano, 6 son mujeres. Pobrecitas, sugería la nota, hacen a un lado carreras, trabajos y recreación para dedicarse a atender vejestorios. Conclusión: hace falta más gobierno para que los viejos no estorben a los jóvenes.

Obviamente la redacción del texto no pintaba así las cosas, sino que se refería a la urgente “necesidad de políticas públicas” y “leyes” que “protejan” a los “adultos mayores”, para que así “las féminas” no “posterguen” su auto realización profesional, etcétera. Cuántos eufemismos. Parece que ser políticamente correcto tiene rango de mandamiento en la prensa nacional. También en la mundial.

Ahora bien, ¿es mentira que muchos ancianos son ignorados y considerados como fastidio, sobre todo si están enfermos y necesitan cuidados especiales? Claro que no: hay gente mayor con hijos ingratos y nietos indiferentes. Pero estas situaciones no se solucionan vía legislación demagógica tipo Baldizón, o vía engorde estatal a fuerza de construir asilos públicos. No hay gobernante capaz de convertir un adulto arrogante y desleal a sus viejos, en una persona agradecida.

El que haya ancianos maltratados o abandonados no es un problema político, sino familiar. La dificultad no radica en la “falta de acciones de estado” dirigidas a este segmento poblacional, sino en el número insuficiente de familias sólidas. Con solidez no me refiero a familias idílicas o perfectas, que no las hay, sino a familias en las cuales los débiles son acogidos, no despreciados. Familias en las cuales los que arriban son bienvenidos, no abortados. Familias en las cuales las embarazadas son cuidadas, no señaladas. Familias en las cuales enfermos y ancianos son escuchados y tomados en cuenta, no rechazados o a lo sumo soportados. Familias en las cuales no son temidos el dolor, la enfermedad, la incertidumbre, el deterioro físico y a veces mental, ni la muerte, porque todo eso forma parte de la vida y se asume con naturalidad, sin neurosis ni histerias.

Así que, más que en la “falta de políticas públicas” o la inexistencia de “leyes que protejan” a estos o aquellos, el gran problema social se encuentra en la deserción familiar: hombres que se desentienden de sus obligaciones, mujeres que quieren comportarse como hombres, padres que insisten en resolver la vida de sus hijos adultos irresponsables, e hijos adultos que se desentienden de sus padres ancianos o que asumen su cuidado pero con renuencia.

La vida tiene muchas cosas buenas, comenzando por la familia. Pero todo lo bueno exige dejar de lado ciertas cosas: la propia comodidad, cierto grado de libertad personal. Mi punto es que hay que saber renunciar, sin drama ni lloriqueo, para así elegir la mejor parte. Nuestros viejitos y sus achaques deben ser tesoro familiar, no botín para políticos ni tema para periodistas sin rigor profesional.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día viernes 18 de noviembre 2011.