Todos en la foto

Antiguamente la gente se moría del todo. No existían la fotografía ni el cine. Los descendientes no guardaban una memoria fotográfica o videográfica de sus parientes muertos. Sólo los muy ricos y los reyes pagaban a pintores para que les inmortalizasen.
Y las pinturas eran tan realistas que, por ejemplo, hoy podemos contemplar las caras de estúpidos de Carlos IV y su familia, gracias a la genialidad "fotográfica" de Goya.
Pero el populacho tenía que conformarse con la "tradición oral", esas historias que se narraban en las noches del gélido invierno a la luz de la lumbre.
"Contáronme mis difuntos padres que vuestro tatarabuelo Higinio fue en su mocedad un cazador aguerrido y que llegó a estrangular con sus propias manos a un oso de los más fieros"; "¡Ohhh...!", exclamaba con asombro la familia.
Pura mentira, el tatarabuelo Higinio era bajito y enfermizo, condiciones que hicieron de él todo un cagueta, y tan cagueta que se asustaba hasta de los conejos y las lagartijas.
Pero las "tradiciones orales" obraban el milagro de crear una historia familiar llena de hechos gloriosos y grandes hombres.
Si hubiese existido la fotografía, los descendientes del desgraciado Higinio hubiesen visto en él un bobalicón como Carlos IV.
En muchas familias, aún hoy en día, se idealiza a los parientes muertos, igual que los historiadores franquistas idealizan al tirano del Ferrol.
Nada es como nos lo cuentan, aunque, gracias a la fotografía y al cine, podemos conocer la verdadera cara de los caraduras y de los idiotas. Antiguamente era más fácil mentir a los descendientes porque la gente se moría del todo.