Luces y sombras de un espectáculo


Karen Cancinos

Lo mucho muy bueno, y lo poco muy malo, de una presentación de flamenco

El viernes pasado asistí a una presentación de la academia de flamenco Estudio Gitano. Quiero compartir en este espacio lo mucho muy bueno y lo poco muy malo que allí disfruté y sufrí, respectivamente. Eso con el propósito de reflexionar sobre nuestras conductas, pues cosas nimias dicen mucho de los grandes rasgos de interacción social. Veamos.

Primero, lo bueno. Fue un espectáculo hermoso, colorido y bien organizado. Me gustó ver participantes de todas las edades y tallas. Porque el flamenco es un arte que consiste en mitad técnica y mitad pasión, y para la segunda y mejor mitad lo que importa es “el salero”, el “duende” que se tenga. Es decir, el carisma, la personalidad, la seguridad en uno mismo: cosas todas que mejoran con la edad y que no tienen que ver con si se pesa 100 libras o 160, o si se tienen 18 años o 50.

He visto espectáculos de este tipo de baile en los que no se ven chicas morenas ni llenitas. Así que aplaudo a la maestra Norma de Sanchinelli, por exhibir con orgullo y buen montaje la diversidad de su alumnado, bastante representativo, en mi criterio, de la gente guatemalteca.

Otra cosa que me pareció preciosa: la participación de casi dos docenas de bailarinas con problemas auditivos. Presentaron una rumba bien coreografiada: los atuendos eran magníficos, así como su disposición y su porte. Felicito a su profesora y a la directora de la Fundación Artes Muy Especiales, la señora Peter. Supongo que las bailarinas siguen el ritmo de la música por la vibración en el suelo, pero como sea que lo hagan, es magnífico que chicas sordas bailen con tanto gusto y talento.

Si en mis manos estuviese cambiar algo del cuadro de la segunda parte del espectáculo, debo decir que lo haría menos contemporáneo. En lo que a flamenco se refiere soy más bien purista y me hubiese gustado ver palos de cante jondo, batas de cola, castañuelas, mantones y guitarras, en lugar de tanto trapo moderno, y música y escenografía demasiado minimalistas para mi gusto.

Ahora, lo malo. Aclaro que no tiene nada que ver con el estupendo trabajo de la directora de la academia, su grupo de maestras y sus estudiantes. Sucede que me senté en la primera fila del segundo balcón de la gran sala del Teatro Nacional. Tres filas detrás estaban cinco energúmenas que pegaban de alaridos, gritando el nombre de una joven que participó en varios números, para sufrimiento de mis tímpanos.

“Vamos Mariaaaaaaaaaaaa Olgaaaaaaaaaaa”, graznaban las fulanas. La gente alrededor las calló, pero fue como echarle gasolina al fuego. Las muy ordinarias berrearon más todavía. Qué pena, pues francamente el espectáculo no merecía los desmanes de gentuza que no sabe la diferencia entre teatro, cantina y gallinero.

Mi sugerencia, que ya hice llegar a la directora de Estudio Gitano, es que la gente de seguridad del Teatro Nacional inste a abandonar la sala a quien grite. Ya es hora de que aprendamos a comportarnos según el lugar en el que estemos. Uno demuestra su gusto por un espectáculo aplaudiendo o poniéndose de pie. Si mucho, una ovación espontánea y ocasional es permitida y bienvenida.

Esto no es baladí. Pienso que no podemos molestar deliberada, injusta y gratuitamente a otros y luego preguntarnos por qué nuestro país es tan violento y por qué la impunidad campea a sus anchas.

Artículo publicado en el diario guatemalteco "Siglo 21", el día viernes 02 de diciembre 2011