Emotiva y merecida reposición de Carmina Burana

SELLO WAINROT GRAN DESPLIEGUE VIRTUOSÍSTICO Y REMATES MUY ENÉRGICOS.

Con dirección de Mauricio Wainrot y una excelente actuación del Ballet del San Martín.

Por: Laura Falcoff

El segundo programa de la actual temporada del Ballet del San Martín se presentó el martes 18 en una función especial para invitados. Incluyó en primer lugar un breve solo llamado Alina, interpretado por la maravillosa bailarina Elizabeth Rodríguez -ya prácticamente retirada de la compañía a la que perteneció como intérprete durante muchos años-; después de esta suerte de introducción, porque si bien Alina es una pieza autónoma abrió en cierta forma la puerta a lo que siguió, la compañía completa hizo la versión coreográfica de la cantata Carmina Burana. Ambas obras fueron creadas por el director del Ballet del San Martín Mauricio Wainrot y habían sido estrenadas originalmente también en un mismo programa en marzo de 2001.

El solo Alina dura poco más que diez minutos y fue compuesto sobre música del compositor Arvo Pärt. El planteo espacial y temático de esta pieza, en este caso espacio y tema están estrechamente relacionados entre sí, es muy sugestivo: un personaje femenino (no se sabe, ni se sabrá, si ha sido encerrada o ha elegido voluntariamente alejarse de una situación de festejo y algarabía), se debate en un aislamiento subrayado por una alta pared y una puerta que la limitan. Esto es todo, pero de este planteo inicial se abre un desarrollo expresivo y emotivo que se encarna con particular sutileza en Elizabeth Rodríguez.

El pasaje, sin solución de continuidad, desde esta pieza íntima hacia la exuberancia de Carmina Burana fue resuelta por Mauricio Wainrot de una manera sumamente efectiva: se llevó a cabo con el descenso del proscenio en el que había transcurrido Alina a la vez que el telón subía dejando ver a la masa de bailarines preparados para el comienzo de Carmina Burana en la misma posición en la que Elizabeth Rodríguez había concluido el solo inicial.

Carmina Burana, del compositor alemán Carl Orff, es una obra a la que numerosos coreógrafos del siglo XX han recurrido como soporte sonoro; ampliamente popular consiste en una musicalización de textos del siglo XIII, escritos en latín vulgar, organizada sobre la base de una serie de melodías pegadizas con elementos provenientes en buena medida del folclore y una fuerte apoyatura rítmica.

La Carmina Burana de Mauricio Wainrot elude, a conciencia por parte del coreógrafo, toda referencia temática a lo que los textos elegidos por Orff exponen. Sin embargo, no es una obra abstracta: mucho del amor lírico, del amor sensual, de la embriaguez, aparece en este relato predominantemente coral. Wainrot puso en juego aquí recursos coreográficos a los que es particularmente afín: gran despliegue virtuosístico, remates muy enérgicos, sucesión de combinaciones múltiples, contundente frontalidad. Las diferentes escenas, de este modo, se definieron y diferenciaron, sustancialmente, por las atmósferas derivadas de la música, por los cambios de vestuario de Carlos Gallardo y por ciertos apuntes temáticos como los mencionados más arriba. Algunos elementos escenográficos, también concebidos por Gallardo -vestuarista, escenógrafo y artista plástico que falleció a fines de 2008- aportaron elementos originales a la coreografía. Excelente como siempre la iluminación de Eli Sirlin y no menos excelente el desempeño de la compañía del San Martín, compuesta hoy por muchos bailarines nuevos y otros ya muy afianzados.

Fuente: Clarín